lunes, 13 de julio de 2009

Ni Leoparda ni Dinamita

Cuando los machos mamíferos están en período de celo liberan grandes cantidades de testosterona que los vuelven más fieros y contundentes. Es ahí que necesitan de una hembra con el fin de liberar tanta energía contenida. En las grandes manadas el problema surge cuando los machos deben pelearse entre ellos con el fin de disputar quién se cogerá a la hembra. Tomando el ejemplo de los ciervos, fortachones, bravucones y testarudos, no dejan de saltar, correr, exhibir su virilidad mediante comportamientos desafiantes, levantan polvo, mugen y golpean con sus cuernos.

Desde ese punto de vista es entendible que los machos humanos también den muestra de tal comportamiento, claramente expresado en algunas competencias deportivas. De ellas el Box es el más claro ejemplo de ese primitivismo animal que busca descargar –sino exhibir- esa potente energía contenida. Por eso, no me sorprende el box entre hombres, pero sí entre mujeres, pues entre nosotras no existe la posibilidad de ese nivel de carga hormonal en sangre. Creo que en el boxeo femenino se pone en juego una causalidad de naturaleza más cultural que biológica. Tal vez, necesidad de reconocimiento, búsqueda de competencia, necesidad de dominancia, liberación de otro tipo de energía como el estrés por ejemplo, qué se yo.

El asunto es que la pelea entre Kina y Halana del sábado pasado no puede dejar de generarme cierto grado de intranquilidad. No soy amiga del box, pero sí de los deportistas destacados y que traspasan nuestras fronteras gracias a su virtud para hacer sonar alegremente el nombre del Perú en otros rincones del mundo. Así que me fue imposible dejar de ver dicho partido. Tratando de discriminar el encuentro de todo el bombardeo comercial y patriotismo bienintencionado que lo envolvió desde semanas atrás, me quedan claras algunas sensaciones que no puedo dejar de escribirlas aquí. La primera, es que no vi ni Leoparda ni Dinamita en el ring, a pesar del griterío de la multitud en el Dibós, al cuadrilátero salieron dos chicas con miedo en la cara, actitudes valerosas, pero con miedo también. ¿Liberación de energía? ¿Disciplina y duro trabajo de fondo? ¿Deseos de magullarse hasta ganar sobre la sangre del otro? ¿Qué absurda causa impulsa a las mujeres agarrarse a puñetazos?

Más allá de las trompadas, de los temores y valentías, y de las causalidades que fueran, lo mejor de la pelea fue el final. Y más allá de felicitaciones  y  agradecimientos, lo que particularmente observé fue auténtica solidaridad de género, traducida en lágrimas derramadas y abrazo compartido.
 
¿Raro? Al fin y al cabo siempre esperamos que emerja un chispazo de sabiduría entre las personas, especialmente en un mundo tan violento como en el que vivimos, como en este espectáculo de golpes, en que dos mujeres han cedido su ser sensible a fin de conquistar un terreno claramente masculino, cuando de lo que se trata es que sean los varones quienes emprendan la conquista de la propia sensibilidad tan arrinconada, aplastada u oculta por una sociedad que parece demandar cada vez  más letargo e indiferencia . Si nuestra Kina vuelve a pelear el título de seguro volveré a verla, pero con temor y pena, de hecho la prefiero a ella –y a todas las demás peleadoras del Perú y del mundo- en cualquier otra disciplina deportiva que sea más integradora y menos nociva, más amable y menos hostil, una disciplina que tenga más de humanidad que de animalidad.

lunes, 6 de julio de 2009

Por una Vida Simple

La tierra provee a todos los seres que la habitan lo necesario para su sustento, por ello, entre todas las especies, los seres humanos tenemos una responsabilidad para con ella. Permanecer en la idea de posesión conduce al abuso y consecuentemente a la ruptura del equilibrio ecológico. Transgredir dicho equilibrio sólo nos traerá consecuencias fatales, tal como se viene pronosticando. Los seres humanos somos como los hermanos mayores de todas las demás criaturas de la Tierra, por lo que es nuestra responsabilidad protegerlas y tomar de ella lo que necesitamos. Si cada quien tomara lo necesario para su sustento, sería posible una relación apropiada entre el planeta y sus habitantes, pues existe lo suficiente para todos.

Si miramos en retrospectiva podremos identificar en qué punto de la historia nos desviamos. Los pueblos primitivos vivían en armonía con el planeta, sabían usar el agua, las plantas y los animales sin cometer abuso. Conocían del enorme poder del agua como del fuego, dos grandes elementos generadores de vida como de destrucción. Un poco de sentido común nos dice que lo básico para vivir es el agua, de ella dependen las plantas, y de éstas los animales y nosotros. Pero una vez aparecida la industria y la producción en serie, trajo consigo la ilusión de bienestar y el sentimiento de descontento en todo sentido. Un mínimo de criterio basta para afirmar que la industria no es más importante que la agricultura, tan sólo cultivando la tierra y criando animales bastaría para dar solución a la inútilmente compleja economía mundial. El equilibrio natural no es más que cultivar la tierra para producir granos, frutas y verduras para alimentarnos, así como criar ganado y aves para la producción de leche y huevos, y la obtención de todos sus derivados. La carne es para ser consumida ocasionalmente y no para industrializarla, puesto que más obtenemos de la leche y del excremento del ganado, que acabando con los animales.

La revolución industrial sólo ha traído consigo ilusiones e insatisfacciones. La industria sólo exprime la tierra y consume la energía del obrero bajo la ilusión de la posibilidad de una vida artificial de falsa de imagen, de posesión y de éxito. La industria mantiene la vida artificial de unos cuantos, y reproduce el hambre y la miseria de muchos, y bajo este orden equivocado se construye una civilización sofisticada compuesta de personas que trabajan sin ser beneficiarios directos de su trabajo, que venden su mano de obra sin recrearse en el proceso de su labor, que no le encuentran sentido al propio trabajo. O de quienes sienten que su trabajo tiene sentido porque sus ideas se ponen en práctica, sin caer en la cuenta que sólo alimentan dicho sistema. ¿Es vida pasar gran parte del tiempo metido en una mina? ¿O en una fábrica infernal? ¿O siendo parte de la maquinaria burocrática revisando papeles, haciendo informes o atendiendo detrás de una ventanilla?. El trabajo debe tener sentido para la propia vida, como también un sentido real y armónico con la vida de los demás. No es la idea trabajar para prevenir de los peligros del sistema.

Bien lo dice la sabiduría de la India antigua, la prosperidad humana florece por la generosidad de la Tierra y no por las gigantescas empresas industriales, y tienen razón. Cuanto más continuemos aumentando estas complejas industrias, que desgastan la energía vital del ser humano, tanto más habrá inquietud e insatisfacción en las personas en general, aunque apenas unas pocas puedan vivir lujosamente a costa de la explotación de otros. No pretendo incitar a una revolución contra las grandes industrias porque creo que la violencia no conduce a nada bueno, y el mal ya está hecho, pero es necesario darse cuenta que tal como está trazada nuestra sociedad, no estamos preparados para un colapso planetario, el sistema que por tantos años nos ha mantenido no servirá para las condiciones que un mega desastre ocasionaría. Hay que imaginar qué pasaría si nos quedamos sin un sistema de transportes, si el petróleo no llega a las refinerías, si los sistemas esenciales de agua, desagüe, electricidad colapsan, si los víveres están por acabarse. Entonces vendrán otros que serán capaces de matar por comida, habrán hordas de gente en las calles, hambrientas buscando alimento, las tiendas serán saqueadas, la gente huirá hacia el campo en donde encontrará a campesinos preparados para matar por defender sus bienes, la gente se matará entre ella, el fin podría ser el comienzo de un verdadero infierno. Somos demasiada gente y casi nadie cuenta con un pedazo de tierra para cultivar. La idea es que la industria trabaje para la agricultura, y no al revés.

Somos responsables de lo que está ocurriendo y de lo que sobrevendrá, probablemente unos más que otros, pero el hecho es que conformamos la raza humana y queramos o no, a todos nos compete reflexionar y hacer algo al respecto.


Sobre el libro: Vida simple, pensamiento elevado, de A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada