jueves, 31 de diciembre de 2009

De regreso a casa

…No somos animales que van ascendiendo, somos héroes que descendieron un día y tomaron posesión de un instrumento, del instrumento del cuerpo animal cuando él estuvo maduro para hacer el ensayo de la libertad.
Jorge Carvajal




Hace poco más de un año regresé a la casa familiar, después de ocho años de vivir en un sitio yang, cálido, vital, dinámico, iluminado, a otro más bien ying, sombrío, invernal, húmedo, tranquilo. El regreso trajo consigo no sólo momentos gratos, el reencontrarme siendo parte de una comunidad con estilos de vida que hacía tiempo había cambiado por una vida solitaria y plena para mí fue también una experiencia difícil. Así que una vez instalada empezaron los conflictos. De muy poco me sirvieron la paz y tranquilidad alcanzadas en otros tiempos, los intentos por aplicar lo aprendido no fueron más que manotazos inofensivos ante los titanes de la infancia, muchas veces ocasioné incendios en mis colisiones, equivocando los cubos de agua por gasolina, otras veces preferí conducir en reversa.

Debía volver a la meditación que dejé por tantos meses desde la mudanza. Es por eso que anoche, después de la fiesta corporativa de fin de año, recordé El Sendero del Aprendiz de Jorge Carvajal, un video que hace unos meses atrás encontré en el Youtube, recordé especialmente una leyenda oriental incluida en la ponencia del maestro colombiano acerca del olvido tan característico de los seres humanos en general, y que luego de leer siento que una vez más emprendo el regreso a mi verdadera casa, esa que me permite recuperar mi ritmo respiratorio y sentirme tranquila, equilibrada, estable, dar de mí y recibir en la justa medida. Aquí va el cuento:
En un rincón del cosmos casi perfecto habían unos seres casi perfectos orbitando en torno de un centro de conciencia perfecto, y esos seres que fueron conscientes de que habían otros mundos, empezaron a hablarle a su centro en su lenguaje de conciencia, y le decían: Padre Madre Centro, permítenos regresar a esos universos donde aún existe el espacio y el tiempo, donde aun existe el dolor y el sufrimiento. El centro, alarmado por semejante propuesta, les dice que eso era muy peligroso, que ese planeta tenía un gas terriblemente peligroso, el oxígeno... Pero éstos le insisten de tal manera que él acepta y entonces los equipa con un traje especial compuesto de cinco antenas y siete receptores para que pudiesen orientarse en ese universo, para que pudiesen procesar las frecuencias y pudiesen caminar y dialogar con el entorno y modificarlo también. Y así descendieron al planeta tierra y descubrieron infinidad de colores, formas y sonidos que llenaban sus sentidos. Entre muchas cosas se descubrieron entre ellos, descubrieron el amor en sus pieles, y la pasión en el abrazo, y descubrieron también que cuando uno de sus receptores recibía el roce de otro, se excitaban, y descubren el misterio de la atracción y el misterio del sexo, y empiezan a reproducirse, a tener hijos, y los hijos de los hijos hicieron lo mismo, y conocieron el dolor que aplacaban con más placer, y siguiendo así, los hijos de los hijos de los hijos olvidaron quiénes eran y se confundieron con su cuerpo.


Y eso es lo que somos nosotros ahora -continúa Carvajal-, seres que hemos olvidado que nuestro cuerpo es sólo un traje, que hay alguien más quien ve por nuestros ojos, que hay alguien más quien toca desde nuestra piel, que hay alguien más quien oye en nuestro oír, que siente por nosotros, alguien quien es el sentidor más allá del sentimiento, quien es el pensador más allá del pensamiento. Recordar es retornar a casa, el camino es aquietarse, estar en silencio, hacer nada, entonces se ve la luz al interior, te encuentras en el centro de la rueda de la vida, allí donde la máxima velocidad es la máxima quietud. La rueda se seguirá moviendo a gran velocidad, pero ya no saldrás disparado hacia afuera por la fuerza centrífuga (esa fuerza que a duras penas te alcanza para sostenerte pegado a la rueda de la vida y a la fricción periférica), sino que estarás en tu centro, en el ojo del huracán, en tu propia eternidad interior de donde volverás renacido, y en donde te darás cuenta que la muerte no es lo contrario de la vida…